jueves, 25 de diciembre de 2008

Idea


Desde que cambie de país he desaprendido muchas cosas: la intuición que tenia para medir las cosas que el sistema ingles desapareció de mi, mi ortografía y vocabulario ahora enredado con un ingles de niño chiquito y el asunto de las efemérides y celebraciones, por ejemplo no se cuando es el día de reyes porque aquí no es igual y ya allá lo habían tratado de cambiar por un Juan Calabaza que no tuvo éxito porque no había juguetes. De todas formas no hay juguetes para los mayores si no se cuentan los que tienen que ver con el sexo o los deportes aunque deberían existir y deberían regalarlos algún día de Diciembre o de Enero, a mi me gustaría un piano que llorara o un traje de cowboy sin pareja o cualquier versión para adultos de mis juguetes favoritos de niño como una pelota de colores que se burlara sin compasión del que la tira y adulara al que la recibe o una careta para bucear que viniera con paisajes marinos sin contaminación pintados en el cristal o una caja de música con discursos largos y aburridos o un ancla para los sentimientos o un submarino de baterías para despedir todas las tardes en el inodoro o pequeñas mentiras para usarlas con cuidado sin sentirse culpable o un ajedrez de emociones donde todo sacrificio sea ajeno y nadie pierda, felices fiestas para todos

miércoles, 17 de diciembre de 2008

martes, 16 de diciembre de 2008

Dios


Le explicaba a la vieja de los bajos las contradicciones en una biblia que todavía no he leído viendo podrirse en un cajón reyes magos con camellos y coronas. Me acuerdo con claridad de cómo Dios fue desapareciendo y en solo pocos años ya no estaba en las paredes ni en los Domingos, como si hubiera estado solo de paso en nuestras vidas, se fué como se fueron quince primos y primas, diez tíos y tías, se fue Superman con Batman y con Robin y con Dios y todos los santos, se fueron con ellos las golosinas y las corbatas; los niños nuevos en la familia se empezaron a llamar Ernesto, Fidel, Alejandro por algo moderno y diferente, que parecía fresco y puro, parte de un sueño profundo tan nacional, un país dormido en la modorra de una siesta que duró medio siglo, entre moscas y consignas sin sentido, al fuego lento de la miseria compartida, el inmovilismo que llegó para quedarse.

Vecinos


A los vecinos los recuerdo sin cariño, casi todos vestidos de miliciano, sudando y hablando cosas que no valía la pena entender, mi padre como flotando, tan alto y con los ojos tan azules, los dedos largos y flexibles, culto y un poco ingenuo, tomando el café y fumando con mucha ceremonia, comentando que la palabra defenestrar es muy grosera y que “el hombre y el negro” de Dickens debía ser cambiado en las nuevas ediciones a vecinos que no sabían de que hablaba, al final lo poco que sé es por terceros porque mamá tampoco habló nunca de él, cuando se separaron absolutamente toda la ropa de papá quedó en el closet por más de diez años, me acuerdo de los trajes y guayaberas del Encanto limpios y colgados en cuyos bolsillos mi padrastro guardaba documentos importantes, un poco de dinero y el oleo de papá niño vestido de príncipe se pudrio en el closet para siempre.

sábado, 13 de diciembre de 2008

El mar


Y fue entonces cuando empecé a gritar debajo del agua, agarrado a los corales del fondo, con los ojos abiertos y los pulmones llenos de horror, gritaba y lloraba como rezando por años más felices o días mejores, y entonces salía, bello por aquellos años, casi flotando en el diente de perro tratando de parecer indescifrable, misterioso, sin un plan preciso.

Diferentes animales, todos mansos y educados:


Cada vez soy un animal distinto: ahora un apacible burro, después un lobo, mas tarde un pez
Cada vez que soy un pez soy un pez distinto: rapida y afilada picua, majestuosa e inútil ballena, rascacio misterioso, feliz y estúpido delfin
Pero hay momentos terribles en que soy pescado, boqueando sin control, escamado, cortado, abierto
Y entonces me exponen en vidrieras, entre hielo picado y me acuerdo llorando de otros tiempos mas amables, con los ojos muy abiertos y la mirada directa con que miran los cadaveres.

Niño


Fuí un niño gordo, solitario y triste, siempre leyendo, pensando o dibujando, mi madre me llevó un par de veces a un siquiatra por razones que nunca me explicaron pero que sospecho injustas, mis memorias de esa época son pocas y contradictorias, los mayores eran enormes y apestaban, los demás niños eran malvados o aburridos, solo amé a un perro que duró un año, lo envenenó la vieja de al lado a la que días después arrolló una moto en un accidente que por años creí había sido un castigo divino aunque, de cierta manera, recuperó el respeto de los vecinos con sus brillantes bisagras en las rodillas y le permitió envenenar animales hasta que murió años después rodeada de muñecos de trapo clavados con alfileres. Fué una mujer malvada al estilo de las brujas de Disney, incluso tenía una verruga en la nariz que la haría inconfundible si no fuera porque los adultos no creen en brujas y los niños no tienen poder alguno. Otro indicador era su nombre que como el de todas las brujas es un nombre de niña, un diminutivo para confundir a la gente, tenía un hijo casi viejo que la sobrevivió treinta años ya sin poderes y sin hacer daño, había violado a varias niñas del barrio pero nadie lo supo entonces ni después, murió rodeado de sus hijos, que nunca lo quisieron ni le temieron, en una casa triste de Miami, sin vecinos y sin ruidos.

Invierno


El invierno en Cuba es un espejismo agradable más que una estación seria, pero todos mis buenos recuerdos son en invierno y ninguno de cuando era niño.

Comienzo

cuando murió papá, en un velorio en que todo ocurría como en cámara lenta, yo mirando fijo al bombillo, tratando de llorar, de parecer sensible, una necesidad que descubrí tonta más que reprobable y entonces empecé a darme cuenta de que todo había sido mentira, tenía entonces 30 años y era un profesional con tanto éxito como se podía tener en aquel lugar ridículo y país en que trabajaba, no tenía pretensiones profesionales ni de ningún otro tipo, había estado en una guerra ajena y me sentía cómodo, leía todo lo que encontraba más como una deporte que por placer y mis héroes literarios eran todos imbéciles, Jean Vajean, Guilliat y Papa Goriot…, lo que más me gustaba era estar en el mar y estar solo, cosa que era fácil solo en invierno.