Fuí un niño gordo, solitario y triste, siempre leyendo, pensando o dibujando, mi madre me llevó un par de veces a un siquiatra por razones que nunca me explicaron pero que sospecho injustas, mis memorias de esa época son pocas y contradictorias, los mayores eran enormes y apestaban, los demás niños eran malvados o aburridos, solo amé a un perro que duró un año, lo envenenó la vieja de al lado a la que días después arrolló una moto en un accidente que por años creí había sido un castigo divino aunque, de cierta manera, recuperó el respeto de los vecinos con sus brillantes bisagras en las rodillas y le permitió envenenar animales hasta que murió años después rodeada de muñecos de trapo clavados con alfileres. Fué una mujer malvada al estilo de las brujas de Disney, incluso tenía una verruga en la nariz que la haría inconfundible si no fuera porque los adultos no creen en brujas y los niños no tienen poder alguno. Otro indicador era su nombre que como el de todas las brujas es un nombre de niña, un diminutivo para confundir a la gente, tenía un hijo casi viejo que la sobrevivió treinta años ya sin poderes y sin hacer daño, había violado a varias niñas del barrio pero nadie lo supo entonces ni después, murió rodeado de sus hijos, que nunca lo quisieron ni le temieron, en una casa triste de Miami, sin vecinos y sin ruidos.